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El regalo de la envidia

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El verano era 20 años, trabajé como criada en el hotel y el casino de Sáhara Tahoe. Mi uniforme consistió en un delantal anaranjado-y-azul de la tela escocesa como esos gastados de los vendedores del pretzel en los partidos de fútbol de la liga importante. El delantal fue emparejado con un par de pantalones azul marino del poliester con una pretina y una entrepierna elásticos gruesas que colgaron al mediados de-muslo. Era una aduana uniforme cabida para las criadas embarazadas, o las criadas con las piernas extremadamente cortas. No era ni uno ni otro.

Si rodé encima de la pretina para ajustar la entrepierna, los pantalones se levantaron al mediados de-becerro que exponía las piernas blancas y los calcetines de la obscuridad del cortocircuito. Si dejé la pretina mientras que era, la entrepierna larga me hizo caminar como si tuviera apoyos en mis piernas. En vista retrospectiva, realizo que el trabajo era uno de esos acontecimientos vida-cambiantes que me despertaron hasta el valor de una educación universitaria. Pero en ese entonces, la envidia me distraje también.

Usted ve, yo se había aplicado en el hotel junto con un número de mujeres que conocía de universidad. Después de que mi uso fuera procesado, me dieron un par de guantes de goma amarillos y dado instrucciones en la importancia de crear “cortesía triangular dobla” en los rodillos del papel higiénico en cada cuarto de baño de la huésped.

“En el Sáhara Tahoe, estos detalles importan,” el amaestrador explicados con una sinceridad que dejó atrás lejos el tema.

Dos de mis amigos, sin embargo, fueron concedidos asignaciones sumamente diversas. Uno, una belleza rubia inmediatamente el sistema de los años 40 filma el noir, fue empleado como salvavidas. Otro fue empleado como la camarera del coctel de la piscina. Ambos ellos fueron nombrados Karen.

Diario de mi perca dentro de los guestrooms en los pisos superiores, podría ver el Karens el “trabajar” en el sol junto a la piscina azul grande del hotel. Agarrando un cepillo del tocador en una mano, una papelera en la otra, sentía como el perrito mestizo en un abrigo animal que tiene que competir con los collies criados en línea pura para la adopción. Incluso la extremidad de dos dólares que desplumé de vez en cuando de fundas de almohada usadas no alivió mi envidia profundamente arraigada.

Por supuesto, cuando, racionalicé mi situación de empleo de la manera más madura sabía: “Soy demasiado justo pelado para ser salvavidas y no slutty bastante para ser camarera del coctel.” Tristemente, mi sobre el Karens no era celosamente un acontecimiento aislado. La envidia es algo que he luchado desde entonces entrara en el mundo del trabajo, aunque esté al acecho a menudo -- por lo menos durante algún tiempo -- detrás de otras emociones.

Escucho los escritores realizados en las lecturas y el comentario de la librería, con la superioridad de labios apretados de un crítico del libro de New York Times, sobre cómo el escritor no era ése divertido, o cómo el unfortunate él era que sus tres libros pasados no vendieron tan bien como los primeros.

Aprendo alrededor de a un prodigy del arte de 13 años que esté ordenando seis figuras para los aceites originales y el estado, con la preocupación freudiana, cómo es trágico es ella no tiene tiempo para el hopscotch.

A veces, aunque, la envidia es más evidente.

Por ejemplo, aprendí recientemente que un primo, ahora en su mid-30s, acababa de masterminded su segunda toma de posesión de una compañía farmacéutica enferma. Todo lo que podría pensar alrededor era cómo es lamentable era que mi curriculum vitae no se jactó una sola toma de posesión corporativa.

Entre los muchos otros profesionales que he envidiado sea, en ninguna orden, ministros de la cárcel, conductores de la sinfonía, dramaturgos, subastadores de la casa del arte y profesores particulares de la antropología. También me he encontrado deseando que podría estar más bién la gente que usa la ropa ruidosa o tatuajes coloridos del deporte. (Apenas a título de indicación, nunca he envidiado políticos o a contables.)

Por una época I pensado mi sentido crónico de la envidia era el resultado de un descontento básico con mis propias opciones de la carrera. Pero hace varios años, vine realizar que la envidia es tanto más que inseguridad.

El 11 de septiembre de 2001, me senté clavado a la secuencia televisiva de bomberos de New York City que agarraban su manera a través de los escombros que eran una vez el World Trade Center. Como los miré funcionamiento cubierto con sudor, suciedad y pena inefable, comencé a pensar en los bomberos verdaderamente importantes del trabajo hago. Comencé a envidiar su comisión y determinación, su valor y sentido del deber cívico. Me encontré el preguntarme de si era demasiado viejo hacer bombero, pasando por alto totalmente el hecho de que soy los wuss que ha asustado del fuego y de las alturas.

Mirando a los bomberos en sus impermeables amarillos, comencé a preguntarme: quizás la envidia no es solamente el resultado de la inseguridad o de la infelicidad. Quizás está también sobre la admiración. Quizás envidiamos a gente porque exhiben las calidades y los rasgos y las capacidades que importan a nosotros, las capacidades que nos deseamos tenían más de, las capacidades que estamos trabajando para desarrollar.

Pensando detrás, cuando era 20, envidié el Karens porque precisaron para conseguir los trabajos de la diversión que verano, mientras que tomé simplemente cuál estaba disponible.

Los escritores que tengo envidiado son los que escriben con brillantez y se disciplinan bastantes para terminar las novelas enteras año tras año.

¿Y envidié a mi primo porque él es joven, elegante como petardo y meta-importado? cuáles son calidades yo desee que tuviera más de. Especialmente juventud. Y smarts.

De hecho, cuando pienso en ella, admiro éxito, servicio público, arte, lealtad, confianza y la dedicación en cualquier forma, y la gente que he envidiado la mayoría es las que exhiben esas calidades en espadas.

Ahora, siempre que sienta el repugnante cuchillo-tuerza de envidia, yo no asumen automáticamente es porque he logrado menos que yo piensa que puedo. En lugar, intento ver cuáles es sobre la envidia de la persona I que también admiro. En cierto modo, la gente que soy el más celoso de es las que pueden taparme nuevamente dentro de mi propio sistema de valor y recordarme sobre las características y los comportamientos que encuentro importante.

Los escritores, artistas, bomberos y sí, las camareras en mi vida todas del coctel me han dado un enorme regalo: el regalo de la envidia. Ahora, si puedo enseñarles solamente sobre la importancia vital de los dobleces triangulares de la cortesía.

Derechos reservados, 2005, Shari Caudron.

Shari Caudron es columnista premiado, escribiendo al coche, y el autor “qué sucedió realmente,” de una colección de historias chistosas sobre la vida de las lecciones le enseña cuando usted lo menos la cuenta con. Shari entrega regularmente discursos a los grupos de las mujeres sobre cómo transformar experiencias ordinarias en las oportunidades para el crecimiento personal. Web site: email de http://www.sharicaudron.com: shari@sharicaudron.com

Artículo Fuente: Messaggiamo.Com

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